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viernes, 28 de marzo de 2008
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Un vaso que come ceniza, un gigante siamés, el follaje de libélulas con un saco de melaza rancia dentro de las tuberías opacas, el desarrollo de las piernas sin salitre, gatos sin escolarizar, un río que había que buscarlo cada día a tenor del gañir de los perros, corredores sinfónicos y ladridos ásperos, un cazador expresamente formado e inventos traspasados, el acueducto de una ciudad que transporta sangre ecléctica, fraudes esquivos que circulan por los canales estrellados, el dolor de la montaña, el atolondramiento de los días de paja, el mar inmenso donde las olas mueren de viejas antes de llegar a la costa, sombras cargadas en la espalda, un pirata de terciopelo, nubes por globos y más y más historias hasta sesenta y una, que nacen de un nido en la costa, en el interior de la costa, alrededor de la costa, encima de la costa y dentro de Manel Costa.
-Hola Curro, te mando un nido de palabras, ¿podrías hacer algo con esto?-
Leí todos los relatos y automáticamente me metí debajo de la cama. Por las noches, descalzo, con miedo y en silencio imaginé cómo se forman las frases, cómo las palabras se pelean con las letras, cómo se descompone un cuento, ¿qué pinto yo en este cuento?,¿por qué primero fue el verbo y no el artículo? Imágenes contra imágenes, más imágenes, en imágenes, por imágenes elevado al cubo. Sesenta y un día después, descalzo, con miedo y en silencio miré la habitación, había un texto clavado, otro con bombín, uno apretado con un gato, la aspiradora llena de letras, una pinza con un relato, un pez negro y gordo de comer palabras, las venas cortadas de otro, historias volando, disparos, paraguas… llené el lavabo, me lavé la cara con letras y pude ver cómo habían abandonado el nido todos los sueños. Liberado, salí de debajo de la cama, me comí la ceniza y por medio de un gigante siamés le mandé a Manel todos los huevos de sus palabras.
Por Curro Canavese
1 comentario:
Es verdad, son fiel reflejo de sus padres.
La P es una letra femenina, si fuese masculina sería R.
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